I. La mirada
Tus espacios ocultan los secretos de todos aquellos
que te han habitado, mirar dentro de ti es abrirse paso hacia las sombras,
hacia el principio del tiempo, hacia lo que algunas veces intenta resurgir y
otras desaparecer. Tus esquinas son testigos silentes de la experiencia humana.
Te has marchitado lentamente sin perder la esperanza de revelarte tras el velo
de la memoria, mimetizada en el movimiento de las cortinas, en los sonidos que
tus deseos arraigados producen cuando al asomarte entre las rejas percibes un
mundo que no conoce de tu existencia.
Poco a poco te desvaneces, imperceptiblemente
dejas de respirar, tus facciones se congelan en el tiempo y adquieren una palidez
fría, azul, escalofriante. Entonces comienzo a escribir y no sé si soy yo quien
lo hace o eres tú en el último intento por revivir. Tus gritos ahogados por el olvido ya no se
escuchan pero producen el mismo miedo de ayer, intenso e inexplicable.
Te has ido vaciando, ya no estás llena de aquellos objetos
que te otorgaban esplendor, sin embargo permanecen como sombras los recuerdos que
toman vida reproduciendo escenas de una película interminable que hacen sonreír
nerviosamente a tus visitantes. A pesar de los cambios de muebles y de gente,
seguirás siendo el refugio de mis miedos, el altar de mis deseos, el suspiro de
mis sueños, las lágrimas de mi niñez, la sonrisa de mi vejez. Siempre serás la
casa de las sábanas blancas.
Delia Viloria Téllez
mayo 2013
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