II. La casa de las Sábanas Blancas
Parada junto a la ventana, mirando hacia afuera, deseando vivir, así transcurrían los días, las semanas, los meses, los años. Su mirada dolía en lo más profundo del alma mientras la luz zigzagueante proveniente del exterior creaba mundos, posibilidades y sueños. Le era tan difícil distinguir los sueños de la realidad, era casi imposible describir paisajes, lugares o personas, todo se hacía borroso, como cubierto por una espesa niebla que le impedía tener memoria. El tiempo era lento y doloroso, en tanto ella continuaba parada allí desde la ventana donde sus pensamientos se detenían y su garganta se cerraba.
Le atormentaba la certeza de una vida distinta, de una vida que pudo ser otra, con un final diferente al que se enfrentaba, sin embargo no sucedió lo que tantas veces imaginó, nada de lo que hizo logró cambiar aquello que se repetía día a día. A veces lloraba en las noches, cuando todo estaba en silencio, lloraba y su cuerpo se convertía en un río de agua limpia, cristalina que fluía con fuerza hacia rumbo desconocido. En ocasiones su llanto paralizaba el tiempo, entonces su dolor se hacía infinito y la gente lo sentía. Era extraño pero percibía sus caras llenas de miedo huir rápidamente.
Aprendió a no gritar, sabía que su voz poco a poco se había apagado ante el horror que la vida misma le causaba al alzar la mirada y ver más allá de la ventana. No, ya no deseaba contar a gritos su historia, sabía que la memoria se le hacía borrosa, se perdía entre los barrotes de aquella ventana, sabía que nadie la escuchaba, que nadie la veía, que nadie la recordaba. Ella sólo se asomaba en silencio y lloraba frente a la ventana.
Delia Viloria T.
Junio 2013